La tiranía de la felicidad

La tiranía de la felicidad

La tiranía de la felicidad

La tiranía de la felicidad. Una reflexión sobre la superficialidad y las falsas identidades

En este artículo queremos realizar una reflexión sobre lo que nosotros llamamos La Tiranía de la Felicidad, relacionada con la superficialidad social y las falsas identidades.

El objetivo que tenemos con esta publicación es compartir, más allá de nuestros intereses comerciales y profesionales, reflexiones más profundas sobre el entorno en el que vivimos y, en definitiva, sobre el ser humano. Aspecto que trataremos en algunos de nuestros post.

El texto está sacado de nuestra última obra, El Mundo Contra el Hombre, publicada en la Editorial Odeón, por si quiere saber más.

Dicho esto, vamos a analizar qué es eso de La Tiranía de la Felicidad.


La felicidad consumida

 

Vivimos en una sociedad que promueve el ideal de la felicidad hasta convertir el mismo en una tiranía que abarca todas las facetas de nuestra vida.

Ya sea con el champú que usamos, la pasta de dientes con la que nos cepillamos, el coche que conducimos, la ropa que vestimos o la colonia con la que nos perfumamos, lo que realmente empleamos —tal y como pretenden los publicistas— son elementos que nos prometen llevarnos a un mar de sensaciones y emociones de felicidad.

Por supuesto, por este camino, que al parecer es el único, la felicidad se muestra no sólo inalcanzable, sino como agente desestabilizador de nuestra paz interior y elemento de frustración constante.

El bienestar no se puede obtener a través del consumo de productos manufacturados. Parece sencillo, ¿verdad? Pues creo que no llegamos a entenderlo ya que orientamos gran parte de nuestro esfuerzo a alcanzar la felicidad de luces de neón.

Aunque bien podríamos cerrar este apartado con lo mencionado, pues en síntesis no hay mucho más que decir, vamos a tratar de ahondar en el porqué de esta imposibilidad de lograr la dicha a través del consumo.


No puedes ser feliz en un entorno que te menosprecia por lo que eres

Continuamente se nos dice que estamos demasiado gordos —o demasiado flacos—, que nuestra sonrisa no tiene el brillo Denivit, que nuestro pelo no luce como el de la actriz de HS, que nuestro Renault 5 no nos permite tener la vida social que nos daría un Mercedes y que nuestro aliento no es digno de Listerine.

La verdad es que aunque consiguieras tener el cuerpo de Scarlett Johansson, vivir en la mansión de Mark Zuckerberg, conducir el coche de Michael Knight, vestir de Armani incluso cuando vas en bata de la cama al wáter, y deslumbrar a tus invitados con el reflejo de un Ferrero Rocher, seguirías siendo un amargado, pues todo lo que tienes acabará por poseerte, y tus relaciones de conveniencia, por muy lúcidas que sean, desaparecerán en el mismo instante en que tus productos dejen de estar a tu lado.

La angustia sería supina pues tendrías que hacer lo imposible, y dedicar todos tus esfuerzos, para mantener tus dominios, tus posesiones, pues si no lo consigues todo lo que te rodea —tus supuestos amigos, el reconocimiento y la admiración vacua que tanto te gusta— se iría mucho más rápido de lo que vino, como si jamás hubiera existido. ¿Por qué? Fácil de responder, porque realmente siempre fue así.

Todo lo que deseamos a través del “Mundo Payaso” es tan vacío, tan falto de contenido, que realmente no existe.

Es algo que puedes observar muy bien cuando hablas con la “típica” panda de pijos en algún garito tipo MOMA; te sientes desconectado, separado del otro, lo que es natural pues éste sólo está evaluando tu tono de voz, tu aspecto corporal, tu ropa, el trabajo que tienes y el tamaño de tu cartera.

¿Alguna vez has probado, en un entorno similar, a hablar sobre la divinidad del ser humano, la meditación, el psiquismo humano, el valor de la cooperación, o sobre algún colega que sea filósofo? Mi consejo, por experiencia; no lo hagas, te sentirás solo.

No poder hablar de esto, ni por supuesto de cualquier cosa que sea profunda o que deje al descubierto tus propias opiniones, valores, intereses y motivaciones, es un encierro, impide que el ser trascienda, que conecte con el otro, más aún cuando lo que te vas a encontrar al otro lado es una cara de asco forzada que quiere señalar claramente su desprecio por lo que dices, por tus palabras y, por tanto, por lo que eres, para así salvaguardar la entidad Gucci con la que se ha identificado.

Hemos creado un medio que juzga al otro por lo que tiene, que le hace sentir mal cuando se expresa libremente, y que, con ello, le fuerza a encasillarse tras los barrotes que el “establishment de la sonrisa” ha hecho suyos.

Presos en nuestra propia cárcel

Ya no hace falta carceleros, se nos ha convertido a nosotros mismos en guardianes y presos, negándonos una llave que está en nuestras manos.

Que tengas un coche de pena, un aliento que hede, poco dinero en la cartera o una profesión no reconocida por la sociedad de lo aparente sólo significa eso, que tienes un mal coche, un aliento que apesta… No te define, no te convierte en un fracasado, pues eres un ser humano que es tan poca cosa y tan inmenso como cualquier otro.

Eres lo que eres, no eres lo que tienes

El miedo a no encajar

Obviamente, el miedo a no encajar, a no ser aceptado, a ser desplazado, hacen que empleemos nuestra energía, nuestra fuerza vital, en tratar de amoldarnos a lo establecido, pero ello, y es aquí donde hay que hacer especial hincapié, se da sólo porque queremos ser amados, queridos y abrazados. Va en nuestras venas.

Lo realmente malo es que cuanta más energía gastamos en tan absurdo cometido más nos alejamos, por paradójico que suene, de nuestro justo anhelo, pues el auténtico amor no lo hallaremos en aquellos que fundamentan su existencia en la apariencia, sino en los que son tolerantes consigo mismos y con los demás.

Cuando uno ha comprendido esto la necesidad de quedar bien, de consumir, y, en consecuencia, de aparentar, disminuirá, y si alguien te rechaza por ello estate tranquilo, pues significa tan sólo que estás más cerca del camino y que te has quitado de encima un lastre que antes o después te hundiría más en el fango.


No puedes ser feliz en un entorno que te distrae de la auténtica felicidad

http://revistaindependientes.com/vineta-sobre-la-adiccion-a-las-redes-sociales/[/caption]

«La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos», ya lo dijo Henry Van Dyke.

Una gran verdad siempre negada, no sólo por lo dicho en páginas previas sino porque se nos distrae continuamente de lo que somos y de nuestros dos elementos principales que tenemos para expandir eso mismo, nuestra auténtica esencia, que no son otros que la creatividad y la contemplación. Sí, hay más, por supuesto, pero estos dos son fundamentales.

Los anuncios, las series, la última bazofia de Hollywood, las videoconsolas, las drogas recreativas y el ocio de consumo en general, nos conducen a matar el tiempo en actividades intranscendentes que, en muchas ocasiones, en vez de servirnos de descanso y desconexión, tal como dicen hacer, nos llevan a hiperactivarnos, desatando nuestros nervios y despertando nuestra ansia de consumir sin límite, de no parar, de seguir andando aunque sea directos al precipicio.

El Culto al Vacío

Cómo podemos preguntarnos a qué se debe el incremento de niños apáticos que consumen su tiempo delante de la consola, del consumo de drogas y la obesidad infantil, cuando estos no son más que especímenes de natural consecuencia en un entorno en el que el culto a lo vacío y a la distracción se han convertido en norma.

Lo que hemos creado, la norma social, se ha convertido en nuestro propio infierno, al cual no sólo veneramos sino que le echamos gasolina.

Como decía el ilustre psiquiatra López Ibor, «El drama del hombre moderno es análogo al del enfermo. Las obras, hijas del hombre, le dominan y aprisionan como las alucinaciones al esquizofrénico. La enajenación consiste en la rebeldía de los satélites que una vez situados en órbita empiezan a mandar sobre el punto de origen»[1].

La creación se ha hecho dueña del creador

Todo aquello que el sistema vacuo presenta como divertido, estrafalario y atractivo, nos vacía de contenido y nos engancha, absorbiendo nuestra energía vital y alejándonos de nosotros mismos.

No es que el hombre no pueda ser libre sino que no quiere

Parece haberse limitado a observar lo que tiene enfrente sin llegar a verlo realmente, quedando pendiente de la última novedad, del último estreno, cuando lo que realmente le volvería a conectar consigo mismo no es otra cosa que acceder a la fuente de su propia existencia.

¿Cómo hacerlo? se preguntará. Pues tejiendo un puente entre la base y el cielo, entre su propio ser y la existencia suprema, lo que no significa otra cosa que estar abierto a la contemplación del camino.

En otras palabras, en el momento en que aprendamos a meditar podremos empezar a contemplar la realidad desde la pausa y la tranquilidad, y, de este modo, podremos disfrutar del aburrimiento, de la nada y de la vida, la que por cierto, no ha sido diseñada para mantenernos bajo impactos audiovisuales constantes que asalten nuestras emociones, sino para que nos relacionemos con el medio.

Esto sólo lo podremos hacer mediante la quietud y la calma.

Por supuesto, disminuir el consumo de comida basura, televisión, juegos interactivos y drogas para uso recreativo facilitarán que anclemos de nuevo los pies en la tierra.

La necesidad de conectar con nuestro hemisferio derecho

Para crear de nuevo, la meditación y la contemplación nos serán de gran ayuda, pero lo que sin duda incrementará nuestra capacidad creativa será acabar con la tiranía del hemisferio izquierdo que ha impuesto la sociedad.

La razón, el logos, la cultura de la calculadora, tienen numerosos factores de relevancia e importancia, pero nos anulan como seres humanos, pues se nos ha concedido dos hemisferios y tenemos que liberar el otro, el derecho, que es el de la creatividad, la intuición y la ampliación de conciencia.

Aparte de meditar, tendremos que romper esquemas, plantearnos nuevos paradigmas y estar abiertos a la vida y a nuestras intuiciones, a dejarnos llevar más por el corazón

Éste es el único camino que nos devolverá a la vida.

Entrar con nuestra chica en un restaurante con el que acabamos de cruzarnos porque nos ha dado buena impresión, tratar de conseguir trabajo en una empresa que nos genera buen rollo, decidir de un día para otro irnos de viaje a un lugar desconocido —lo que deberíamos hacer según el Dalai Lama—, romper con la rutina diaria y cambiar el orden en  que hagamos las cosas o hacer otras nuevas, empezar a correr en vez de montar en bici, apuntarnos a las clases de Salsa que tantas veces hemos pensado, llamar a un viejo amigo porque se nos pasa por la cabeza, decir te quiero en cuanto llegue a nuestro corazón…

Romper de vez en cuando con la cárcel que nos hemos impuesto, ese es el camino de la vida

Menos miedo a la vida

Con el desarrollo de la contemplación y la creatividad, por supuesto acompañando ambas labores, tal y como he dicho, del decrecimiento de consumo de entretenimiento —ya sea alimenticio, alucinógeno o del mal empleado tiempo de ocio— empezaremos a notar una cosa extraña pero natural; tendremos menos miedo a la vida, a los demás y a nosotros mismos, con lo que comenzaremos a amarnos a nosotros y, por tanto, al otro, lo que nos servirá de señal para saber que hemos empezado a ser felices.

Tenemos que tener presente que el entretenimiento egocentrista y vacío sólo nos lleva al individualismo y al instinto de posesión, en el que el otro no sólo se convierte en un estorbo sino en potencial enemigo, pues puede impedir nuestras ansias de satisfacer deseos compulsivos.


No puedes ser feliz en un entorno que te aleja del otro al distanciarte de ti mismo

Está claro, ya lo hablamos antes. En un entorno que fomenta tus reacciones más impulsivas —que no intuitivas— y que prima tus deseos egoístas por encima de tus necesidades reales, sin tener en cuenta las del vecino, la felicidad no es posible.

La mayor parte de los medios puestos a disposición de la sociedad del entretenimiento están diseñados, y son empleados, para anular nuestro lado humano

Además, dichos medios se hacen cada vez más inteligentes, tratando no sólo de captar tu atención con mayor efectividad sino ampliando sus garras sobre lo que hace poco no era comercializable.

Nuevo Consumismo

Es lo que Edyardo Gudynas denomina Nuevo Consumismo[2], que en palabras de Jeremy Rifkin[3] deriva de la transición en la que nos encontramos hacia un «capitalismo cultural» que se adueña «no sólo de los significados de la vida cultural y de las formas de comunicación artísticas que los interpretan, sino también de sus experiencias de vida», y que convierte todo en objeto de consumo, todo, de forma que lo que antes era inviolable ahora se ha convertido en un producto a engullir o patentar.

De este modo, el vacío social ha sobrepasado cualquier límite inimaginable, lo que podemos ver no solo en notorios ejemplos de hoy día, como la invasión de lo público por parte de gigantes empresariales, bien representados por el Insectarium de Monsanto y la charca de hipopótamos de Anheuser-Busch del Zoo de Saint Louis, el Hospital Infantil Mattel —antes llamado Hospital Infantil de la Universidad de California—, la dotación de reproductores de vídeo y material audiovisual en 12.000 escuelas estadounidenses por parte del Channel One a cambio de que sus alumnos fueran obligados a ver el programa en horario lectivo[4], el Teatro Haagen-Daz y Celebration —la ciudad de Disney en Florida—, sino que se ha llegado a patentar la vida misma por ley[5], de forma que los genes que las empresas biotecnológicas encuentran y aíslan son patentados y pasan a ser de su propiedad, llegando a un extremo recordado por Jeremy Rifkyn, de la Fundación Sobre Tendencias Económicas (FOET), en el que «el gen del cáncer de pecho, el gen de la fibrosis y así uno y otro y otro» han pasado a ser de propiedad privada[6].

¿Qué podemos esperar de en un medio que es dueño de nuestros genes y que sólo busca despertar nuestro consumo impulsivo?, ¿qué podemos esperar de un medio que sólo busca la maximización de los beneficios y que cada vez abarca más aspectos de nuestra vida y nuestras relaciones?, ¿podemos evitar tal invasión?, ¿es posible luchar contra ello?

La respuesta es negativa sólo si juegas a su juego, que es lo que solemos hacer.

La razón de ello es que estamos tan invadidos que nos da miedo reflexionar sobre la absurdidad del sistema pues ¿cómo combatir contra semejante coloso?

Debido a la impotencia surgida ante tal cuestión sucumbimos gustosos al mismo y nos entretenemos con sus distracciones y productos hasta tal punto que lo financiamos.

Mantenemos el entorno del que queremos huir

Pagamos al sistema para que nos dé elementos que nos desconecten del mismo y que a su vez nos introduzcan más en él.

Al hacerlo negamos nuestra potencia, nuestra fuerza, que no radica en otra cosa que en la no participación y la no cooperación con una cultura enferma, y el fomento de nuestras capacidades innatas para sentirnos interconectados, interdependientes y, por tanto, felices.

Mientras sigamos consumiendo distracciones del sistema sin criterio ni mesura, estaremos aislándonos más y más, pues éste busca, por medio de su oferta, crear individuos aislados y sin conciencia de equipo, y por tanto inconscientes de su fuerza social e individual

Como vemos el sistema se fundamenta en un entramado en el que la felicidad, pese a su constante elogio de la misma, se hace cada vez más lejana e incluso, a medida que alimentamos más y más al mismo, parece alejarse más y más.

Tres claves para la felicidad

Ante este análisis, pese a su brevedad, nos debe quedar claro que la felicidad sólo será posible mediante la elección de tres vías contrapuestas a las citadas.

  • Céntrate más en el Ser y menos en el Tener.
  • Observa, contempla, reflexiona y vive. Aléjate lo posible de la distracción consumista.
  • Sé generoso, ten empatía, fomenta la cercanía y la preocupación sincera por los demás.

Recopilando todo lo mencionado, y bajo el espíritu de dejar las cosas claras, podemos mencionar las dos bases primarias para evolucionar y acercarnos más a la dicha:

Medita y Contempla.


Medita: la importancia de la nada

No hace falta que seas Buda, ni mucho menos, ni tampoco que domines la técnica. Es suficiente con que dediques un tiempo al día, al menos 20 minutos, para estar sólo, para cortar los pensamientos en la medida de lo posible —con la práctica lo conseguirás— y respirar.

Céntrate en tu respiración y observa como el aire entra y sale, entra y sale…, siendo consciente de las sensaciones físicas que tienes en el interior de la nariz cuando inspiras y espiras, cuando inspiras y espiras… centrando toda tu atención ahí.

Durante este tiempo desconecta el móvil, no enciendas la televisión, no navegues por la red, no pienses en el trabajo ni en la novia, simplemente trata de quedarte en la Nada, pues es ahí donde está el Ser.

¿Quieres profundizar más?, ¿necesitas una técnica desarrollada? No te preocupes, busca un centro budista cercano o apúntate a meditación Vipassana[7], sólo cuesta la voluntad.


Contempla: trata de cortar tus prejuicios, tus valoraciones precipitadas.

Observa a la gente sin juicio.

Con que dediques 10 o 15 minutos al día es suficiente, al menos al principio.

Siéntate en un parque y observa, mira como la gente pasea a tu alrededor, observa cómo andan, cómo hablan, cómo el viento agita las ramas de los árboles, escucha los sonidos, el ajetreo, siente el sol en tu cara y la brisa en tu mejilla.

Corta tu juicio cada vez que venga; “Esa pareja parece feliz, ¿llevarán mucho tiempo juntos?”, “Qué hombre tan mayor, ¿qué hace aquí sólo?”, “¡Qué viento hace! No lo entiendo, hace un segundo no había brisa”. Son unos de tantos pensamientos que te pueden venir a la cabeza.

Abandónalos, pues si no lo haces, rápidamente se convertirán en elementos distractores.

No estamos acostumbrados a pensar bien y hemos de meditar y contemplar para aprender a hacerlo.

Pensamos mucho y mal. Hay que trabajar para pensar poco y bien

Deja los pensamientos a un lado pues si no rápidamente se convertirán en “Seguro que no les va tan bien, ¿encontraré mi media naranja algún día? (…) Apuesto lo que haga falta a que está sólo en el mundo, ¿tendrá dinero?, ¿qué va a ser de mí? seguro que me despiden, yo sí que acabaré solo y pobre (…) ¿Cómo puede parecer feliz si está solo y pobre? (…) Me voy a resfriar, ya verás, mañana no podré ir a trabajar y tengo que cerrar el proyecto, lo que me faltaba, tal y como están las cosas si me pongo malo me acabarán despidiendo. ¿He comprado hoy el Euromillón?”…

¿Entiende?

¡Feliz lunes!

Pablo Jiménez Cores, Psicólogo Social, Socio y Director de Estrategia de Negocio de asv360


[1] Horney, K. (1981). La personalidad neurótica de nuestro tiempo. Barcelona: Paidós.

[2] Gudynas, E. El nuevo consumismo. Relaciones. Revista al tema del hombre. Serie Acontece V.

[3] Rifkin, J. (2000), La era del acceso. La revolución de la nueva economía. Paidós, Barcelona, en Gudynas, E. El nuevo consumismo. Relaciones. Revista al tema del hombre. Serie Acontece V.

[4]B. Schor, J. (2006). Nacidos para comprar. Barcelona: Paidós.

[5] La Oficina de Patentes de EEUU sacó un decreto ley que decía que se puede patentar cualquier cosa que esté viva salvo un ser humano completamente nacido.

[6]Abbott, J.; Achbar, M.; Bakan, J. (2003). The Corporation. Canadá: Big Picture Media Corporation.

[7]Quien esté interesado en la técnica, bajo mi humilde criterio, tiene a su disposición la siguiente página Web  ˂http://www.spanish.dhamma.org/˃, donde encontrará información relativa a cursos y centros, así como acerca del tipo de trabajo a realizar. En este sentido, debería asistir a uno de sus cursos de diez días. Puede parecer mucho tiempo, pero si uno no ha meditado previamente, es el intervalo temporal necesario para que uno empiece a comprender de qué va la meditación y aprenda de verdad una base para aplicarla en solitario.